El escritor Arturo Pérez-Reverte se adentra en el bronco mundo del grafiti en su nueva novela, El francotirador paciente, una historia «ágil, seca, dura y callejera» en la que el autor recrea el ambiente «marginal, vandálico» de los grafiteros, que «a veces linda con el terrorismo urbano».

«Eran lobos nocturnos, cazadores clandestinos de muros y superficies, bombarderos sin piedad que se movían en el espacio urbano, cautos, sobre las suelas silenciosas de sus deportivas…».Con esas palabras comienza El francotirador paciente, una novela que Pérez-Reverte (Cartagena, Murcia, 1951) ha escrito en menos tiempo que otras suyas porque, desde El pintor de batallas, tenía en la cabeza el tema del arte urbano y del grafiti, que conoce bien «por razones personales».

También acortó tiempos el que hubiera visitado con frecuencia las ciudades donde ha situado la acción: Lisboa, Verona y Nápoles, además de Madrid, el lugar donde vive el autor de La tabla de Flandes, uno de los novelistas españoles de mayor éxito internacional y cuya obra está traducida 41 idiomas.

«Si es legal, no es grafiti». Esa frase martillea a lo largo de la nueva novela y refleja, en opinión del escritor, hasta qué punto es inútil «el intento de las autoridades por domesticar el fenómeno. Nunca van a poder hacerlo, porque siempre habrá disidentes, grupos marginales que se negarán a aceptar ese juego». Lo resume muy bien otra frase del libro: «Las ratas no bailan claqué».

Dejar su huella, su firma en paredes, fachadas, vagones de metro o de tren es «muy importante» para los grafiteros, «chicos sin vida, sin futuro, sin presente, que no son nadie y que están condenados a extinguirse en una barriada. Su obsesión es que los conozcan, poner su nombre.

‘Escribo, luego existo’, me decía uno de ellos, y no como un guiño a Descartes. La frase se le había ocurrido a él», comenta Pérez-Reverte.

«‘Es que cuando escribo, soy -le decía el grafitero-; cuando pongo mi nombre soy alguien y la gente dice: mira, aquí ha estado fulanito. Saben que he pasado por la vida, que soy algo'». «Y ser algo es muy importante para ellos», apostilla el escritor.

Para su nueva novela, el autor de La reina del sur se ha «movido» entre grafiteros de España, Portugal e Italia. «Los españoles tienen un nivel absolutamente internacional, y son muy conocidos y respetados fuera», asegura.

También habló de esa «guerrilla urbana» que es el grafiti con policías, con responsables de actividades culturales de los ayuntamientos, «con pintores normales que han sido grafiteros y que ya no lo son». «De algunos me he hecho amigo», comenta.

«He encontrado a gente muy íntegra en el mundo del grafiti, aunque hay otros dispuestos a venderse por lo que sea», añade Pérez-Reverte, que parece satisfecho de su nuevo libro: «Es una novela con un factor joven, moderno, agresivo, movido; está llena de música. La banda musical es espectacular», subraya.

La novela está protagonizada por Alejandra Varela, especialista en arte urbano, a la que un editor de renombre le encarga que localice a Sniper, un grafitero famoso del que casi nadie ha visto jamás el rostro ni conoce el paradero. «Pinto para que sepan cómo no me llamo», era una de sus frases preferidas.

Sniper, «una mezcla de Bansky y Salman Rushdie», dice el autor, es admirado por los grafiteros de medio mundo y muchos de ellos secundan las acciones callejeras que promueve, que a veces son «graves, destructivas, peligrosas».

La protagonista viajará de Madrid a Lisboa, y luego a Verona y a Nápoles para tratar de localizar a Sniper y averiguar cuál es el objetivo al que apunta la mira mortal del cazador solitario. Hay también «dos malos muy revertianos» en esta novela de ritmo trepidante y de intriga, que encierra más de una sorpresa para el lector.

Su nuevo libro «no está lejos» de esas otras historias suyas que han conquistado a millones de lectores en el mundo, aunque en esta ocasión ha llevado a sus personajes a «un territorio ultramoderno», señala.

«En mis novelas siempre hay una épica, aventura, unas acciones, unos héroes. Y el mundo del grafiti callejero, aunque es marginal, aunque es vandálico y a veces linda con el terrorismo urbano, tiene una épica negra, retorcida, singular, pero muy interesante», afirma.

El grafitero «no es una persona que pinta por pintar. Lo hace por ganarse una reputación en un mundo de reglas y códigos muy estrictos y muy conocidos, que además se arriesga. Hay héroes y villanos, delatores y cobardes en ese mundo, mucho más complejo de lo que parece a simple vista», indica Pérez-Reverte, quien no conoce «ninguna otra novela» sobre este tema.

No hay un perfil definido de los grafiteros. «Son muy diferentes, pero a todos les une la calle. Hay artistas muy buenos de verdad; otros son pésimos. Algunos en el futuro quieren ser algo, otros no quieren ser nada».

«Me decía uno: ‘yo es que no quiero exponer. En un museo compites con Picasso, y en la calle compites con el cubo de la basura y con la guardia que te persigue. Pero en la calle eres libre'», recuerda el escritor, que, al preparar esta novela, ha participado en algunas acciones de arte callejero y ha sentido «la tensión» y el peligro propios de esas actuaciones. Casi como en sus años de reportero de guerra.

Pérez-Reverte conoce «muy bien» el arte moderno y asegura que en ese mundo «hay infiltrados». En su nueva novela el escritor critica ciertas manifestaciones del arte actual y menciona a artistas a los que admira «mucho» y otros a los que «no» respeta.

(Via)