This past Sunday, the newspaper EL PAIS has published a special report dedicated to graffiti, in collaboration with the photographer Enrique Escandell and the text of Pol Pareja. During an extensive text, describes a couple of actions, on the subways of Madrid and Barcelona accompanying writers such as Jabato and Lose. The police, security and those in charge of the subway also take part in the report, giving their point of view. You can read the full article here. (Only Spanish)

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Se citan en estaciones y rincones solitarios, recorren conductos ocultos y atraviesan puertas prohibidas como quien anda por el salón de casa. Encapuchados y veloces, buscan su objetivo: vagones de metro y de tren que pintar. Romanticismo, arte, adrenalina y riesgo se entremezclan en sus correrías. Son los grafiteros: la guerrilla del espray.

En Barcelona, Jabato y los suyos se preparan para la acción. Se tapan las caras para evitar ser registrados por las cámaras de seguridad. Ninguno de ellos porta, sin embargo, barras de hierro ni espráis de pimienta. “Llevar esas cosas no sirve de nada”, precisa Jabato. “El 90% de nosotros nos ponemos a correr cuando somos descubiertos, el problema es el ruido que hace el otro 10%”. Policía, Mossos y el responsable de seguridad de TMB confirman lo que cuentan la docena de grafiteros consultados: la mayoría de ellos repudian estos actos porque les dan mala prensa y quienes los llevan a cabo suelen ser grafiteros jóvenes e inexpertos. “La mayoría quiere entrar, pintar y marchar sin ser visto”, sostiene Joaquim Bayarri, intendente jefe de la División del Transporte de los Mossos d’Esquadra. “Pero es cierto que desde hace unos años algunos se enfrentan violentamente a los vigilantes”.

¿Por qué hay gente que se juega su integridad de esta manera por pintar un vagón que ni siquiera va a circular? De las entrevistas con grafiteros y expertos se desprenden tres principales razones: tradición, ego y adrenalina. “El grafiti nace y se desarrolla en los setenta en el metro de Nueva York”, señala Jaume Gómez, doctor en Historia del Arte y presidente de la Asociación Española de Investigadores y Difusores de Graffiti y Arte Urbano (Indague). “Por eso pintar en un vagón de metro se considera la forma más pura y original”. Gómez también habla del crédito que esto granjea: “En el grafiti hay una especie de bolsa de prestigio entre sus participantes, donde cotizan las acciones de cada uno”, sostiene. “Las más arriesgadas tienen más valor”.

Todo sucede a la velocidad de la luz dentro del taller. Un aviso por megafonía parece alertar de la presencia de intrusos justo al entrar. Los tres escritores se dirigen rápido hacia el vagón, un convoy negro y granate muy poco habitual, una pieza de museo. Cada uno se pone a pintar su obra a gran velocidad, totalmente concentrado y sin hablar con nadie. Jabato rellena las letras a color rosa, con dos manos a la vez. El olor a pintura es cada vez más fuerte y un halo de tensión se percibe en el ambiente. La sensación es que en cualquier momento pueden ser descubiertos y empezará una persecución. A los nueve minutos todos han acabado y sacan fotos de su obra. De repente, le suena el móvil a Jabato. Ni siquiera lo descuelga. Al ver quién le llama se pone a correr a toda velocidad y todos le siguen. Abre una puerta de emergencia que da a unas escaleras y las suben corriendo de dos en dos. Salen por otra puerta que da a un parkinglleno de autobuses. Se suben a una valla, caminan por un techo de uralita y saltan otra valla aún más alta para salir de las instalaciones. El otro que vigilaba confirmará que han estado cerca. “Justo cuando salíais, tres coches de vigilantes estaban entrando a toda leche”.

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